Abril se presentó como la tía buena del calendario, la Miss
Primavera con olor a flores y sonrisa caliente, disfrazada de comienzos y
maquillada de ilusiones. Pero resultó ser bipolar y estar más loca que un
febrero sin veintinueve. Bastaron pocos días para descubrir su aliento a romero
y su devoción al quizás, para cazarla en mentiras que se alargaban más que los
atardeceres. Resultó que la lluvia era su signo del zodiaco y la brisa cortante
su arma para el toque de queda.
Abril nos alejó los carnavales pero se le olvidaron los payasos.
Nos vendió promesas al kilo junto a las fresas de oferta. Nos cambió bostezo
por estornudo y botas por rebequita. Nos mezcló café con cerveza, operación
bikini con escuadrón letargo y fantasmas del pasado con escarceos sin futuro. Abril puso patas arriba nuestra vida ya de por sí desordenada
y aun así nos encantó con su desencanto, moviéndonos como marionetas por el muelle los domingos a la tarde, pintando escapadas sin escapatoria.
Abril sería elegida seguramente reina del baile por una
noche, pero jamás la invitarían a un cumpleaños. Porque, como ocurre con las
tartas de chocolate, en su justa medida triunfa pero en cantidades industriales
empalaga. Abril era así, demasiado bonita para ser cierto, demasiado forzada
para caer bien, demasiado complicada para echarla de menos. Abril era Abril y nadie tenía por qué entenderlo.