domingo, 19 de marzo de 2017

Vivir en tropical

Decidí plantar una palmera porque palmera significa sol, sal, mar, aire. Palmera significa diferente. Palmera son historias con sabor a verano y a playa, son tardes de domingo junto al muelle o viernes de barbacoa en la casa indiana de Llanes.

Decidí plantar una palmera porque ambos crecemos siempre con la cabeza alta y la mente en verde, pese a cargar con un pasado marchito y lleno de recovecos que pinchan si nos los tocan. Porque los dos nos erigimos sobre un tronco de historias de inicio fresco y final puntiagudo que, lejos de derrotarnos, nos dan fuerza y nos levantan cada vez más alto. Y lo más rimbombante de todo es que, a pesar de las espinas aún conseguimos dar fruto, unas veces más provechoso que otras, claro está: en ocasiones simplemente se quedan en proyectos colgantes, en ideas abortadas que emergen de nuestro coco y que nadie en su sano juicio se comería.

Decidí plantar una palmera porque, sin ser la más fuerte, resiste los vendavales. Porque, sin ser la mejor sombra, nunca te negará cobijo. Porque sin ser la más bonita siempre habrá alguien a quien le resulte un tanto atractiva. Y, sobre todo, porque sin ser la más importante, terminará consiguiendo de todos modos ganarse un lugar de respeto y que la gente se acuerde el día en que falte de que ahí, antiguamente, había una palmera.

domingo, 12 de marzo de 2017

Oda al saludo entre el educado y el rudo

Ayer escuché un “bom dia” por la calle y me quedé paralizado viendo a dos aparentes desconocidos saludándose por el nombre. A lo mejor tenían amigos en común o habían sido novietes en el instituto, cuando las arrugas bailaban en las camisas y no en las caras. A lo mejor la madre de ella había sido la modista del barrio y el padre de él el cartero. A lo mejor el padre enfilaba las cartas de amor de su hijo en el buzón de la muchacha, jugando a crear historias de amor 1.0 de las que ya no quedan.

Ayer escuché un “bom dia” por la calle y me pregunté si ya no existían los buenos días menores de cuarenta y cinco. Si perdimos la educación junto con las Olimpiadas. Si ya no importa que fulanito de tal y menganita de cual compartan ciudad, barrio, supermercado, acera, portal y cartero. Si ahora ya solo calificamos a la gente por el Tinder cuando queremos calentar una cama fría y después, por la mañana, nos deshacemos del cadáver con un hasta pronto para volver a nuestro cómodo anonimato, sin remordimientos. Para volver a salir a la calle mirándonos los zapatos por miedo de encontrarnos al ligue de anoche. Va a ser que ahora hemos transportado nuestra vida social al móvil, como si quisiéramos expulsarla de nuestras entrañas y meterla en un baúl bajo llave. Una tontería si al final todo el mundo termina teniendo una copia. Más triste es eso, que tengan que darte los buenos días para saber que has comido pescado sola junto al río y que luego te has ido a comprar un vestido pero no te alcanzaba el dinero, de ahí lo de la foto en el probador con la etiqueta colgando.  A ver si va a ser que ya no sabemos mirarnos a la cara compartiendo una taza de café para contarnos quiénes somos de verdad y qué queremos de la vida. Para contarnos nuestros sueños y nuestros infiernos, sin más filtros en la sala que el de la cafetera.

lunes, 6 de marzo de 2017

As festinhas

Queria festinhas aos sábados à noite. Pedia-me que passasse os meus dedos tímidos no seu cabelo, devagar, como lhe fazia a mãe quando era só uma criança. Com a sua cabeça apoiada em meu colo, fechava os olhos e sorria entretanto, mostrando os dentes brancos que iluminavam  o quarto e afastavam as minhas sombras, os meus medos. Acompanhava-me sempre com o seu elegante silêncio, a pensar, se calhar em muitas coisas, talvez em nada. E como se fizesse magia, criava música com só o respiro e aquilo tornava-se suficiente para me apaixonar, para conseguir que eu ficasse ali quase imóvel, a olhar para ela e a passar novamente o dedo na sua frente, a tocar lhe ao redor dos lábios. A desenhar com o polegar um beijo que já antecipava com as pupilas dilatadas. E então não precisava de mais nada para ser feliz. A minha droga naqueles dias era ela.

viernes, 3 de marzo de 2017

La delgada línea que separa el suspendido del suspenso

Esta madrugada he cruzado la ciudad para acabar con lo que fuimos. Con el corazón en la garganta me he dejado tragar por la penumbra y me he perdido por las calles de los bares por las que solíamos salir a beber y a bailar. Me he entretenido medio camino pateando una botella de vidrio hasta mandarla de un puntapié al fondo del río, allí donde ya no se distingue una cosa de la otra y lo vivo nada junto a lo muerto.

Esta madrugada he querido hacer el ejercicio mental de pulsar el botón de reset y dejar que la corriente arrastre tu recuerdo. He vuelto al puente donde sellamos esta historia para buscar nuestro acuerdo de acero entre todos los candados colgados de las vallas y así liberarlo de su prisión. No ha sido nada fácil encontrar tu voz entre todos los ecos de aquel cementerio de parejas, de aquel delirio de tequieros encadenados y de promesas flotantes. He tenido que tocarlos uno por uno, desde los que rozaban el suelo a los que me quedaban por encima del hombro, suspendidos de aquella ridícula malla antisuicidio, mientras me preguntaba si en este mundo no habría un suicidio mayor que el de caer enamorado.

Esta madrugada, con el frío cortándome los labios y la angustia oprimiéndome el pecho, he cogido por el cuello a mi peor enemigo y se lo he roto con unas tenazas. He desactivado mi bomba de amor y la he lanzado por encima de la valla, lejos, tapándome los oídos como si fuese a estallar en contacto con el agua. Y después me he arrodillado en el suelo llorando lágrimas de cólera y de alivio. Porque, aunque parezca contradictorio, a veces en la vida rabia y paz comparten escenario y se miran a los ojos, como cruzándose por la calle, cuando la una llega y la otra se va. Es en ese momento de calma después de la tempestad en donde conseguimos encontrar un ápice de verdad entre la mentira, un barquito de esperanza que nos podría sacar a flote de la marea de decadencia en la que estamos sumidos. Y es hoy cuando mi barquito ha decidido zarpar desde el momento en que he conseguido soltar la pesada ancla que me aferraba a ti y dejar que la corriente me aleje de tu puerto. Me he prometido que el mundo es demasiado grande como para vivir sentada con las piernas colgando del mismo puente, cuando este ya solo huele a viejo y al contacto con el viento rechina. Quedarse ahí parada sería exponerme a que antes o después la madera se quebrase conmigo encima. Y la carcoma no avisa.

Así que tras haber dedicado unos segundos a tomar aire, incorporarme y limpiarme la cara con las mangas me he puesto a correr, a alejarme de todo esto. Simplemente por la necesidad de huir de la escena de nuestro crimen: del puente, del candado, del río. De nosotros. Porque nosotros ya no significa tú más yo. En nosotros ya no cabes tú. Mira que por mucho que estuviésemos naufragando a la deriva en medio del océano, ya no me permitiría dejarte subir a mi tabla. Que mi vida se tambalea si tú te apoyas en ella. Que yo quiero sobrevivirte y tener hijos y tener nietos y contarles lo feliz que conseguí ser después de todo, cuando te perdí de vista y volví a ser yo misma. Cuando apareció alguien que me aceptó como yo soy sin intentar cambiarme, sin esperar siempre de mí carta blanca por el hecho de haberme dibujado desnuda una noche de borrachera y haber sentenciado mi temprana adolescencia con un candado de bicicleta suspendido en un puente de París y un beso que, de aquella, ni sabías darme.