lunes, 29 de mayo de 2017

Anhelos

Quiero.

Quiero mirarte.
Quiero desearte, tocarte, abrazarte.
Quiero besarte, explorarte, atraparte.

Quiero tenerte, cuidarte, arroparte.
Quiero reiñirte, enfadarte, conservarte.
Quiero necesitarte y que me necesites, enamorarte.

Quiero llamarte, llorarte, suplicarte.
Quiero perderte y recuperarte o tal vez ya olvidarte.

Quiero sentirte, quiero sentirnos y quiero sentirme. 
Quiero.

Indicios caducos del triunfo de la humanidad

Nada como el dolor de piernas después de una noche entera bailando. Nada como las agujetas en la barriga de tanto reír, el escozor en los labios de la sal de las pipas, la marca del sol de verano en la piel.

Nada como los escalofríos que siguen a un beso en el cuello, la resaca tras la cerveza, el olor a perro mojado en las manos los domingos de mascota y lluvia.

Nada como el dolor de muñecas en las tardes de fútbolín, las marcas de tinta en la mano tras clavar un examen o el pitido de oídos al despegar para viajar lejos.

Nada como acumular en el cuerpo la suma de esas reminiscencias de placer, de esos dolores indoloros que trazan una felicidad efímera que todos desearíamos congelar.

jueves, 25 de mayo de 2017

Lo pasado y lo pisado

El reloj del baño marca las nostalgia en punto. Una ducha de recuerdos y un zumo de caras conocidas me devuelven a Milán. 

Parece que nada ha cambiado, que Álvaro sigue igual de golfo, Almu igual de hiperactiva y Carla igual de celíaca. Pero en verdad me encuentro al uno con novia, a la otra con hijo y a la tercera igual de intolerante al glúten pero mucho más tolerante a la vida. Milán ha madurado porque los sitios también evolucionan con su gente. Los sitios también acumulan historias en sus retinas y de vez en cuando son tantas que les escuecen los ojos y no tienen más remedio que lloverlas, para limpiar el aire. Porque no somos los únicos que lloramos, purgamos y olvidamos.

A las nostalgia en punto he vuelto a encontrarme con el pasado en los muros en donde lo dejé plasmado y esta vez he conseguido sostenerle la mirada con ojos de presente. Me he perdido por las calles por el placer de volver a encontrarme. He visitado fantasmas del pasado y les he quitado la sábana para que ya nunca más me atormenten.

Y sobre todo he disfrutado. He disfrutado del contraste, por fuerte que resulte. He disfrutado de que la lluvia vaya limpiando nuestras vidas, nuestro paso por las calles, porque es el proceso natural. Aunque tengo que ser sincero y reconocer que me ha aliviado ver que aún quedan restos de mis pisadas y que Milán aún no me ha borrado del todo. Porque yo todavía no he borrado Milán.

miércoles, 10 de mayo de 2017

Solo la música

La música es orden para los invidentes, los no creyentes y los no querientes, aquellos que dan palos de ciego en el amor.

La música viste sus cuerpos desnudos, abraza sus frías costillas y les calienta las orejas como sopa en la garganta.

La música les regala el oído como ningún ser humano hace, con más efecto que una infantería de piropos italianos.

La música es esa medicina alternativa que actúa como cicatrizante de las heridas más profundas, cuando estas están a flor de piel y escuecen.

La música aplana las montañas, clarea el bosque, remienda los descosidos, tapa las fugas.

La música invita a toser todos los males y a respirar de nuevo.

La música consigue tratar a cada individuo como es, adaptarse a este como nunca haría otra persona, dejándole escoger hora, lugar, estilo, volumen, ritmo, duración; dándole la posibilidad de repetir todas las veces que sea necesario o de desaparecer para siempre y no volver a cruzarse en su vida. Sería la pareja perfecta en el siglo del egoísmo.

La música es un sastre insistente en tomarnos la medida que nos ofrece construir nuestro propio tema, que nos invita disfrutar hasta la última nota de nuestra canción. Al fin y al cabo, cada cual es dueño de su melodía y debería bailar como quisiera sobre su propio pentagrama.
La música no cuenta con unas reglas predefinidas. Solo conviene tener buen oído para saber escuchar lo que nos ofrece la vida.

En fin, la música.

domingo, 7 de mayo de 2017

Reencuentros en la sombra

Dicen que valientes y cobardes comparten insomnio. El valiente porque no consigue aparcar la marabunta de ideas que lo invitan a mejorar cada cosa de este mundo, a buscar un por qué, a luchar por lo que quiere sin conformarse con lo que le rodea. El cobarde porque, en cambio, no tiene ninguna pretensión de buscar alternativas, ya que básicamente es incapaz de hacerlo, no tiene el cromosoma determinación y ello le genera ansiedad.

Valiente y Cobarde comparten vela y se miran desafiantes mientras esta se consume lentamente en el tiempo entre ellos. Cobarde desearía poder ser Valiente por tan solo un minuto para soltar al viento toda esa retahíla de despropósitos que le oprimen el pecho cada noche cuando se mete entre las sábanas. Valiente, sin embargo, le robaría su parsimonia aunque fuera un cuarto de hora para vaciar su mente y abandonar esa crítica suicida contra la sociedad de este mundo.

Pero en el fondo a Valiente le gusta ser Valiente y tener sus conflictos diarios y sufrir por sacarlos adelante y disfrutar después del éxito personal con la lengua fuera, porque para él el sudor vale más que el dinero y es lo que lo mantiene con vida. Y por supuesto a Cobarde le encanta sentirse protegido en su burbuja estandarizada, en el más vale olor a rancio conocido que colonia por conocer. Será que, a pesar de todo, el conformismo lo acerca más a la realidad, es más palpable y ayuda a no pegarse la hostia, mientras que el resto son sueños intangibles, son saltos en paracaídas a veces con caída acertada, sí, pero otras con la tela rasgada y final desafortunado.

Si vale la pena el riesgo o no, eso nunca podremos medirlo con objetividad. Valiente siempre será valiente y Cobarde siempre será cobarde. El primero te insistirá en que sí y el segundo hará un gesto negativo con las manos. Quizá por ello se envidien y se admiren al mismo tiempo. Y pasarán años, décadas o siglos, que nunca conseguirán entenderse ni saber si están mejor solos o acompañados. 

Seguramente ambos sufren la incomprensión del otro, cada uno a su manera, pero lo que está claro es que Valiente la detecta mucho antes y la siente más suya, más intensa; se la lleva a su terreno y la analiza por todos lados a la luz de la vela tratando de hacerse una composición mental del prisma. Para cuando Cobarde se dé cuenta seguramente ya se habrá consumido la cera, lo que no quiere decir que le preocupe menos, pero es que el pobre siempre ha suspendido en Geometría y no es hábil resolviendo complicaciones. Cuando esté preparado para recuperar la materia, Valiente ya se habrá dormido de la extenuación, habiendo agotado toda la casuística del problema y clasificado el examen en un archivo de su cabeza. De hecho, conociéndolo, ya se habrá dormido poniéndole nombre a  la carpeta que archivará el siguiente dilema.

Sea como fuere,  al menos Valiente se dormirá satisfecho en su agotamiento y conciliará el sueño con una sonrisa en los labios tras haber intentado lo imposible, mientras que Cobarde seguirá con los ojos abiertos cuando la vela se apague y acumulará durante toda su vida el miedo a lo que pudo haber sido y no fue, el miedo a tener que batallar sin armas emocionales con las sombras de su pasado.

jueves, 4 de mayo de 2017

Ahí donde no llegan las palabras

En una escala de cero a silencio, tú me importas silencio.

Es en silencio cuando escucho tu voz con más claridad. Cuando te vuelvo a ver y consigo dibujar todos y cada uno de los rasgos de tu cara, como si pasase mis dedos por ellos. Es en silencio cuando se me eriza la piel al recordar tu respiración aún caliente en mi cuello.

Era en silencio cuando conseguíamos entendernos con las miradas. Cuando desnudabas mi pensamiento buscando respuestas y terminabas por ahogar tus porqués en el café. Era en silencio cuando llorabas en la cocina y maldecías al destino sin encontrar un claro culpable.

Fue en el silencio donde entendiste por qué había elegido irme, donde nos dedicamos un frío hasta sabe Dios cuándo. Donde al mirar atrás ya no encontraste manos que agarrar y terminaste escribiendo tu final. Donde recogí los ecos de tus últimos días tratando de entender el puzzle. Fue en el silencio donde te dediqué nuestra última carta.

Será en el silencio donde continuaré buscándote cada vez que me hagas falta. Donde me reencontraré siempre con mis raíces cuando apriete la nostalgia. Donde abandonaré mis frustraciones junto a tus restos para que nunca me pesen como a ti, para mirar siempre al frente y que mi voz siga hablando por los dos. Será en el silencio donde encontraré la fuerza que a veces me roba el mundo del ruido y de la palabra.

En una escala de cero a silencio tú siempre me vas a importar silencio, abuela.