jueves, 29 de junio de 2017

La cinta de embalar historias

Me aconsejaste que saliese de casa y volara lejos, que abriese los ojos y cerrase la boca, que aprendiese idiomas y conociese a gente.

Me pediste que dejara fluir las emociones, que besase caras y conquistase camas, que soltara lastre y olvidase códigos inservibles del pasado para crear mi propio lenguaje.

Me sugeriste pisar la hierba húmeda y la arena ardiente con los pies despejados y la mente desnuda, o tal vez al revés.

Me invitaste a gritar desde el rascacielos más alto y a disfrutar del silencio de las profundidades de un lago, a mezclarme tanto con ricos como pobres, a tragar lágrimas y escupirlas reconvertidas en alegrías.

Me exigiste que acumulase historias para los nietos y que viviera sin pensar demasiado, porque el resto ya llegaría.

Me susurraste con una mezcla de pena y envidia un sé feliz pero en el apretón de manos  te olvidaste de mencionar la fecha de caducidad de nuestro acuerdo. Omitiste la parte en la que todo se termina y me vuelvo a casa, la parte en la que explota mi burbuja de emociones y tú te quedas sentado impasible, viendo cómo se caen las torres de mi nuevo castillo y cómo se diluyen minuto a minuto las historias congeladas de quienes se cruzaron en mi camino. Prescindiste del cruel momento en que tendría que intentar resumir los años más complejos de mi vida en una simple maleta de veinte kilos.

Me aconsejaste, me pediste, me sugeriste, me exigiste y me susurraste, pero sobre todo me mentiste. Me vendiste una acuarela de experiencias positivas y dejaste pasar las malas, los momentos de soledad e incomprensión a kilómetros de distancia, las despedidas de las manos amigas, los catarros sin la sopa de la abuela. Y para colmo escondiste la verdad más importante: que después de tanta intensidad no volveré a ser el mismo ni seré capaz de pertenecer a ninguna parte sin sentirme en algún modo incompleto. Que sufriré por no lograr conjugar el mundo que he estado construyendo a base de sueños perseguidos con el que me venía de serie. Y que a partir de ahora mi cabeza pertenecerá al mismo tiempo a dos vidas y a ninguna, como quien combina pareja y amante y se agobia en su propio disfrute sin saber a quién serle más fiel.

Me ocultaste que nuestro mundo está diseñado para vivir una vida bajo unos apellidos y un pasaporte y que no existe manera humana de cortar y pegar varias mitades separadas en el espacio y el tiempo para crear tu propio collage perfecto. Me convertiste en trotamundos icono para algunos y juguete roto de barrio para otros, en un ciudadano de la Tierra que ni entiende ni quiere saber de límites. 

Me transformaste en un nómada con cuatro cajas de cartón y un rollo de cinta para embalar anhelos y miedos.

Y aun así nunca me cansaré de darte las gracias por ello.

miércoles, 28 de junio de 2017

La ópera de los sentidos

Se entrevé una silueta de mujer vestida con un traje de luces y sombras. 

Se entremezclan dos aromas de canela e incienso.

Suenan tres acordes de lluvia contra los cristales.

Comienza una lenta Traviata a cuatro manos.

El tenor afina cinco suculentos besos de cuello y la soprano se derrite en coros espasmódicos.

Se abre el telón.

domingo, 25 de junio de 2017

Jarabe de tiempo

No contento con ser rubio y de ojos azules, naciste en año bisiesto porque querías ser más que nadie. De haber ocurrido unas décadas antes habrías salido en la portada de la Interviú de la familia de Hitler. Pero no, tú eras más de prensa rosa barata, de dimes y diretes. Casi como si tuvieras una mascota, sacabas tu lengua a pasear al menos tres veces al día, normalmente para reírte de la desgracia ajena, pronunciando discursos tan vacíos que ni Google Translator se molestaría en analizar.

Pero a pesar de todo causabas sensación. Bastaba mover un dedo y ya tenías a la Reina de Inglaterra en bragas. Conseguías nublar hasta la mente del más estudiado con esa sonrisa a dieta de blanqueador y esa manera de peinarte el flequillo con la mano. Y lo peor es que lo sabías. Eras totalmente consciente del fenómeno fan que causabas y lo utilizabas continuamente a tu conveniencia para pedir, criticar, denostar, exigir, silenciar, coaccionar. Por no mencionar tu especial manía por copiar el historial de ligues de los demás.

Por lo visto te falló un paréntesis en la ecuación y te olvidaste de que quien pone el punto final a la frase es el tiempo. Sin haberte dado cuenta ya habías abierto una hipoteca con él apenas saliste del vientre de tu madre, con fecha de caducidad irrevocable. Por desgracia para ti no supiste leer en las sombras que tu peor enemigo te perseguiría hasta agotar tu aliento y que te la tendría siempre guardada. Que poco a poco conseguiría ir derrocando tu imperio con manchas en piel, arrugas en la cara, caries en los dientes, canas en el pelo, joroba en la espalda. Y que tú tratarías en vano de explotar desesperado todas y cada una de aquellas pequeñas espinillas en tu autoestima de hierro, acabando sin remedio más apolillado que la madera.

Y de repente allí ibas a estar, plantado frente al espejo tratando de comprender aquel reflejo mezquino, aquella maldad visual que superaba a la de tus entrañas, aquella bilis gráfica más pestilente que la de todas tus palabras juntas. Quizá ya sería tarde para replantearse las cosas, ¿no? Seguro que de haberlo visto venir habrías preferido nacer sietemesino, bajo y con hipertiroidismo. Al menos habrías llegado a la meta con un camino de autodefensa o brazos amigos a los que poder acudir.


jueves, 22 de junio de 2017

De días perdidos y pensamientos encontrados

Llegó junio y me pidió respuestas, pero me quedé afónico. Me tomé otra pastilla de verano para calmar la garganta, tirado en la arena caliente al atardecer. Me alivió comprobar que aún quedaban suficientes comprimidos en la caja como para permitirme cerrar los ojos un día más y dejar la mente en blanco, disfrutando del sonido de las olas.

Rubén abrió la botella de sangría como siempre inventándose sus típicos brindis por Europa o por la vida y Paula me contó de su próximo viaje a Vietnam, de sus trescientas vacunas anti todo y de los gusanos fritos que se iba a comer a lo Frank de la Jungla. Sonaba a lo lejos la música brasileña de Dani, que nos acompañó hasta que el sol decidió bajar el telón.

Algunos de los chicos se iban de la ciudad en los próximos días y mi inconfundible amigo Jhon me pidió que no me olvidase de pensar en el futuro, porque pronto llegaría la brisa de septiembre y me cogería con lo puesto si no me espabilaba. 

Así que cuando dimos por concluida aquella reunión de soñadores por el mundo, me fui a casa a morderme las uñas mientras escuchaba los audios de Carla poniéndome al día desde Suíza y las desventuras de mi Nuri por Irlanda.  Y al tiempo que mi esfera social daba la vuelta al mundo, mis pies jugaron a refrescarse junto al ventilador, a la espera de julio.