Me aconsejaste que saliese de casa y volara lejos, que
abriese los ojos y cerrase la boca, que aprendiese idiomas y conociese a gente.
Me pediste que dejara fluir las emociones, que besase caras y
conquistase camas, que soltara lastre y olvidase códigos inservibles del pasado
para crear mi propio lenguaje.
Me sugeriste pisar la hierba húmeda y la arena ardiente con
los pies despejados y la mente desnuda, o tal vez al revés.
Me invitaste a gritar desde el rascacielos más alto y a disfrutar
del silencio de las profundidades de un lago, a mezclarme tanto con ricos como
pobres, a tragar lágrimas y escupirlas reconvertidas en alegrías.
Me exigiste que acumulase historias para los nietos y que
viviera sin pensar demasiado, porque el resto ya llegaría.
Me susurraste con una mezcla de pena y envidia un sé feliz pero en el apretón de manos te olvidaste de mencionar
la fecha de caducidad de nuestro acuerdo. Omitiste la
parte en la que todo se termina y me vuelvo a casa, la parte en la que explota mi
burbuja de emociones y tú te quedas sentado impasible, viendo cómo se caen las
torres de mi nuevo castillo y cómo se diluyen minuto a minuto las historias congeladas
de quienes se cruzaron en mi camino. Prescindiste del cruel momento en que tendría
que intentar resumir los años más complejos de mi vida en una
simple maleta de veinte kilos.
Me aconsejaste, me pediste, me sugeriste, me exigiste y me susurraste,
pero sobre todo me mentiste. Me vendiste una acuarela de experiencias positivas
y dejaste pasar las malas, los momentos de soledad e incomprensión a kilómetros
de distancia, las despedidas de las manos amigas, los catarros sin la sopa de
la abuela. Y para colmo escondiste la verdad más importante: que después de
tanta intensidad no volveré a ser el mismo ni seré capaz de pertenecer a
ninguna parte sin sentirme en algún modo incompleto. Que sufriré por no lograr conjugar el mundo que he estado
construyendo a base de sueños perseguidos con el que me venía de serie. Y que a partir de ahora mi cabeza pertenecerá
al mismo tiempo a dos vidas y a ninguna, como quien combina pareja y amante y se agobia en su propio disfrute sin saber a quién serle más fiel.
Me ocultaste que nuestro mundo está diseñado para vivir una
vida bajo unos apellidos y un pasaporte y que no existe manera humana de
cortar y pegar varias mitades separadas en el espacio y el tiempo para crear tu propio collage perfecto. Me
convertiste en trotamundos icono para algunos y juguete roto de barrio para otros, en un ciudadano de
la Tierra que ni entiende ni quiere saber de límites.
Me transformaste en un nómada con cuatro cajas de cartón y un rollo
de cinta para embalar anhelos y miedos.
Y aun así nunca me cansaré de darte las gracias por ello.