Tú buscando mi olor entre la
gente. Yo mordiéndote los labios con los ojos. Tu aliento pronunciando mi
nombre al oído. Mi lengua palpando con gusto tu cuello. Tu pelo rebelde impregnándose
de mi perfume. Mis manos peinando lentamente todos y cada uno de tus prejuicios.
Tus dedos dibujándome escalofríos desordenados en la espalda. Mis piernas adolescentes
probando el sabor de los nervios. Tus diestros labios escuchando la marcha agitada
de mi pecho. Mi nariz asomándose tímida a tu sexto sentido. Tu voz gritándome
en silencio palabras de menta. Nuestras ropas conquistando, triunfantes, el aire. Mi piel y
la tuya mirándose desnudas. Tu calor apagando mi frío. Mi calor apagando tu
frío. Nuestras cuerdas vocales rindiéndose al clímax en este concierto de
colchón a puerta cerrada. Es aquí en la
oscuridad donde resaltan todos y cada uno de los matices que suelen dormitar
escondidos. Es aquí donde los deseos latentes cobran vida y la música de los
cuerpos se convierte en todo un festival sensorial orquestado por un cúmulo de
casualidades encontradas y de anhelados sinsentidos.
martes, 31 de enero de 2017
lunes, 30 de enero de 2017
La última calada
La conocí chocando, como en las
películas. Bueno, tal vez con menos glamour. ¿Sabes de esos momentos en los que
uno saca una mano del círculo de protección del paraguas para saber si ha
dejado de llover? Pues ella estiró el brazo izquierdo tan decidida como si
estuviese haciendo una llave de judo y me dio un puñetazo en el ojo. Como lo
oyes, la magia de la casualidad. Mi abuela siempre había dicho que tenía
papeletas para cura, pero jamás pronosticó nada de un cardenal…
El caso es que la chica se sintió
tan culpable que cuando consiguió frenar su ataque de risa nerviosa insistió en
acompañarme a pedir un poco de hielo, a una cafetería que había allí cerca. Y
acabamos casándonos. Bueno, en aquel momento no, por supuesto. Eso fue bastante
después de aquel café, de unas cuantas cenas y de un puñado de polvos salvajes
que terminaron en un embarazo no deseado. Y mucho antes de que su madre nos
jodiera el matrimonio, un divorcio, una custodia compartida en proporción
ochenta barra veinte –para ella el chico y para mí los gastos de
manutención-, y dieciséis años de agonía hasta que el chaval entró en la edad
adulta y pudimos romper el vínculo que nos ataba a ella y a mí.
Pues da la casualidad de que
ayer, después de cinco años sin cruzármela, volví a verla. En el cementerio.
Concretamente en un ataúd de pino. Al parecer tenía metástasis, hacía ya un
tiempo. Le llevé flores, tal vez tarde. No tuve el valor de hacerlo en el
hospital, ni mucho menos dos décadas antes cuando la hice escoger entre su
madre y yo. Preferí mantenerme al margen cuando conocí la noticia, pensando en
que se recuperaría. Y mientras tanto yo en mi mundo hasta que ya no se pudo hacer
o decir nada, viendo mi vida pasar sin darme cuenta, como el que se pasa de
caladas y se fuma el filtro. ¡Qué sabor más trágico aquella última calada!
Su nombre era María, como la que
le había aconsejado el oncólogo para calmar los dolores. Dejaba en este mundo
un hijo problemático, una madre loca, dos hermanas insoportables y un ex marido
gilipollas golpeándose en la cabeza con un ramo de flores por haber dejado
escapar dos veces a la que había sido el amor de su vida. Y esta vez para
siempre. De todos los golpes que me dio desde que la conocí –incluyendo el del
ojo- este era sin duda el más doloroso, de esos que cortan la respiración como
una ducha fría en un agrio cinco de diciembre.
miércoles, 25 de enero de 2017
Lecciones de arena y sal
Devuélveme la arena que te llevaste en las sandalias la
tarde que me dijiste adiós después de la playa. Olvida todas y cada una de
las olas que saltamos juntos. El olor a sal en mi piel. El sabor a mar de mi
boca. Los escalofríos cuando te agarré de la mano y nos alejamos de la orilla.
El calor de los abrazos sobre la toalla. El sol, la paz, la vida. Cancela de tu
mente las palabras que te susurré al oído bajo la sombrilla.
Borra de tu brazo derecho el dibujo que te tatuaste de nuestro futuro. Quema nuestras fotos, corre, pero quémalas ya. Cambia de perfume si todavía hueles a nosotros. Córtate el pelo, cómprate ropa. Sal con tus amigas, ríete de todo hasta que se te escape el pis y fóllate a dos o tres. Canta si te apetece tus mierdas de pop comercial. Baila, come y duerme. Y después llora. Llora mucho. Llora como no has hecho nunca en tu vida. Llora las olas que saltamos juntos. Llora el mar hasta que te frene el escozor de la sal. Llora hasta haber descubierto que has cometido el mayor error de tu vida. Llora fuerte porque, para cuando termines de darte cuenta de que me has dejado escapar, la marea ya estará baja y yo me habré alejado caminando sobre la arena mojada de lo que fuimos.
lunes, 23 de enero de 2017
Reflexiones otoñales de una abuela seca a su nieto en flor
-Abuela, ¿en qué se diferencian las estaciones?
-Buena pregunta, ven aquí cariño, siéntate con esta vieja.
Verás, ahora mismo estás viviendo la primavera de tu vida, creciendo a cada
paso que das, descubriendo, jugando, estudiando. Tu hermano Carlos está
probando el calor del verano: el sabor de los besos, la belleza de los viajes, la independencia de tus padres. Ellos, querido, comienzan a ponerse la chaqueta porque soplan ya vientos de otoño. Y yo, amor mío, llevo años viendo las hojas caer, cubriendo
de tonos dorados el camino a mi paso. Y me entretengo observado todos sus
matices y recordando los días de verano junto a la estufa. Aun así amo cada día de mi
otoño porque me permite disfrutar viendo avanzar tu primavera.
-¿Y qué pasará cuando caigan todas las hojas de tu árbol,
abuela?
-Entonces, hijo, llegará el frío y me llevará consigo el largo invierno. Pero aún
falta mucho para eso. Hala, bájate y corre a jugar.
A mi abuelo Francisco, que comenzó su invierno el 23 de enero de 2014.
Podéis encontrar una versión reducida en el volumen "Microrrelatos Otoño e Invierno" 2016 de Diversidad Literaria.
viernes, 20 de enero de 2017
Canción sorda a un amor ciego
Mis dedos pensando en tu piel.
Acordes de una guitarra tímida que me pone contra las cuerdas. Domingo. Domingo
azul. Domingo azul porque es contigo. Gente. Mucha gente alrededor, yendo y
viniendo. Gente alta, gente baja, gente guapa, gente fea, gente gorda, gente flaca. Gente. Gente
invisible. Solo gente flotando entre tú y yo. Tú. Yo. Nosotros. Miradas,
miradas tímidas que se cruzan en el aire. Miradas que juegan a pronunciar las
palabras que nuestros labios resecos no se atreven a hilvanar. Calor. Calor con
prisa, calor con nervios, calor de un querer y no poder. Calor con sabor a
incertidumbre y aroma a desafío. Sonrisas, sonrisas que nacen elegantes y que,
de la emoción, se convierten en una mueca forzada. Sudor, sudor incontrolable
de manos. Sudor de manos que sueñan con dibujar todos sus secretos en tu
cuerpo, hasta hacerlo quebrarse de placer. Placer, placer de estar tan cerca que
quema y a la vez tan lejos que corta. Placer de soñar despierto. Placer de desear
con pureza y lascivia al mismo tiempo. Placer de saber que tarde o temprano
tendremos que romper el dicho de "Se mira pero no se toca". Morbo,
morbo de imaginar tu piel con la mía, tu aliento en mi nuca, mi sexo en lo más
profundo de tu ser. Morbo de verte como nunca nadie te ha visto, de tocarte
donde nunca nadie te ha tocado, de morderte, de comerte y de beberte. Morbo de
dormirte en mi pecho y de despertarnos desnudos cuando el sol nos delate.
Miedo, miedo de engancharme a tu droga y no saber abandonarte. Miedo de impregnar
mis sábanas de tu perfume. Miedo de fijar en mi retina tus miradas, tu risa,
tus gestos. Miedo de seguir sintiendo tu piel en la oscuridad cuando ya estés
lejos. Miedo de que el juego me atrape y empiece a quererte. Miedo de saber que
tú no piensas lo mismo. Miedo de perderte, de dejar escapar algo que, sin haber
llegado a tenerlo, ya me demuestra el potencial de su grandeza. Y mientras
tanto aquí estamos nosotros, tu y yo. Yo. Tú. Rodeados de gente. Tu y yo
flotando entre gente invisible. Gente alta, gente baja, gente guapa, gente fea,
gente gorda, gente flaca. Gente que no tiene ni idea de cuánto desearía que mis
dedos tocasen tu piel esta noche, al ritmo de los acordes de esta guitarra cada
vez más traviesa.
miércoles, 18 de enero de 2017
El ajedrez del camello
Pese a llevar consigo
la cruz de haber sido toda la vida un triste peón del destino, mostraba sin tapujos su mercancía como si
fuese una corona, bien alta, sintiéndose el rey entre tanto colgado. Cobijado
al otro lado de la diagonal en aquel barrio lleno de caras blancas y negras,
erigió sin pudor las torres de su imperio de droga. Se buscó una reina que
diese velocidad a su triste y lenta andadura. Vivió al filo de lo imposible,
olvidando que no es más listo el camello que el caballo.
Un día el destino lo
puso en jaque. Sintiéndose en peligro, abandonó sus torres, vio alejarse a sus
amigos y perdió incluso a su reina. Hasta que se quedó solo, víctima de aquel
peligroso juego, cara a cara con ese caballo blanco de pelaje sedoso pero trote
rudo. Luchó a contrarreloj como pudo pero, lamentablemente, no tuvo
escapatoria, porque aquel laberinto de mil entradas le dibujó solo una salida: el rey de la heroína no pudo soportar la última embestida, la más fuerte de todas. Y, sin ningún pudor,
el caballo lo mató.
martes, 17 de enero de 2017
La chica de ayer
Ayer me hablaron de ti. De lo mal
que cantas en la ducha por la mañana. De tu manía por dejar la ropa sucia sobre
la cómoda y de salir a la calle con el pelo mojado y la blusa a medio abrochar
a tomarte el primer café del día, ese con sabor a bostezo y con olor a “camarero,
no me importa una mierda tu vida, pero que sea con leche templada y dos de
azúcar”.
Ayer me contaron que a veces te
llaman maleducada por rascarte el culo en público y por sentarte en el autobús
sin pensar en los mayores. Me aseguraron que eres más jefa que el jefe, porque
llegas tarde, silbando y nadie te tose. Parece ser que fumas en el baño de la
empresa, te haces las mechas en horario laboral y sales de copas a lo mejor un lunes por
la noche. También me dijeron que te importa una mierda lo que me hayan
contado, que nunca te frenarías ante el qué dirán. De hecho me describieron el
secreto de tu dieta de prejuicios con patatas y tu merienda a base de batidos
de indiferencia.
Ayer me chivaron que te chifla llegar a casa y
lanzar los zapatos mientras gritas ‘puta vida’, por soltar lastre. Que te
mueres de ganas de hacerte tu sopa de sobre y jugar con la cuchara a crear
nombres con las letras. Que terminas la velada sola, a la luz de la Teletienda,
ahogando sus ofertas con las letras de Nacha Pop que se escapan de tu vinilo.
Justo ayer me comentaron todas
las complejidades de tu vida simple, junto con tu miedo a encontrarte arañas en
el cuarto y aquello de la ceremonia de dormirte con el ventilador encendido, aireando
tu espalda mientras roncas boca abajo sin sujetador.
Ayer me dibujaron a una musa y me
encendieron la sonrisa y el alma. Ayer provocaron que me fuera a la cama
soñando con encontrarte en el límite entre mi mundo y el tuyo, soñando con
materializarte entre mis sábanas y hacerte mía, soñando con protegerte. Pero por lo visto tú no eres de
nadie, tú te proteges sola.
Esta mañana me he despertado a oscuras, totalmente solo. Las aspas del ventilador descansan, mudas, y parecen no haberse movido siquiera en toda la noche. A ver si va a ser como sucede con las aventuras de Las Vegas, que lo que pasa en los sueños, se queda en los sueños… Y que nuestro amor no tiene cabida en este mundo.
Esta mañana me he despertado a oscuras, totalmente solo. Las aspas del ventilador descansan, mudas, y parecen no haberse movido siquiera en toda la noche. A ver si va a ser como sucede con las aventuras de Las Vegas, que lo que pasa en los sueños, se queda en los sueños… Y que nuestro amor no tiene cabida en este mundo.
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