domingo, 15 de octubre de 2017

A relaxing cup of café con leche (y hielo)

Hora de comer al pie del barrio Pan Bendito. La mamá de Jhon ha preparado estofado con arroz para nosotros. En el siguiente orden, nos ha abierto casa, nevera y corazón. Madrid en octubre sabe a yuca guisada, a paseos al atardecer, a una vieja Canon inmortalizando el asfalto aún caliente. Madrid sabe a compota de recuerdos con vivencias sin tapujos.

Podría parecer que todo está tan congelado como los alquileres de renta antigua, pero en verdad  ha cambiado. El viejo Tío Pepe está al borde del parraque, el Primark se ha convertido en el nuevo Retiro y el peatón de los semáforos se ha echado novio, porque allí ya no hay nadie Callao, porque PLURAL se grita con mayúscula y no solo de calamares vive el hombre madrileño.

Dicen algunos gatos que la Gran Vía se queda pequeña, que a Colón ya no le desfilan en su cumpleaños y que en la plaza de Olavide nacen los amores furtivos. Otros dicen que en la mítica calle de las putas siguen vendiéndose cuerpos, pero ya no cerveza. 

Puestos a perderse, no hay mejor sitio para quedarse sin móvil en una ciudad en la que todo comunica. Que se lo digan a Amenábar, que se dedica a pasear por allí como si nada, tratando de guionizar con la mirada todo aquel escenario de corte almodovariano, no vaya a ser que alguien se le adelante.

Parece que fue ayer cuando me tomé un café con Madrid.

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