Hora de comer al pie del barrio Pan
Bendito. La mamá de Jhon ha preparado estofado con arroz para nosotros. En el siguiente orden, nos ha
abierto casa, nevera y corazón. Madrid en octubre sabe a yuca guisada,
a paseos al atardecer, a una vieja Canon inmortalizando el asfalto aún caliente.
Madrid sabe a compota de recuerdos con vivencias sin tapujos.
Podría parecer que todo está tan
congelado como los alquileres de renta antigua, pero en verdad ha cambiado.
El viejo Tío Pepe está al borde del
parraque, el Primark se ha convertido en el nuevo Retiro y el peatón de los
semáforos se ha echado novio, porque allí ya no hay nadie Callao, porque PLURAL se grita con mayúscula y no solo de calamares
vive el hombre madrileño.
Dicen algunos gatos que la Gran Vía
se queda pequeña, que a Colón ya no le desfilan en su cumpleaños y que en la plaza de Olavide nacen los amores furtivos. Otros dicen que en la
mítica calle de las putas siguen vendiéndose cuerpos, pero ya no cerveza.
Puestos a perderse, no hay mejor
sitio para quedarse sin móvil en una ciudad en la que todo comunica. Que se lo
digan a Amenábar, que se dedica a pasear por allí como si nada, tratando de guionizar
con la mirada todo aquel escenario de corte almodovariano, no vaya a ser que
alguien se le adelante.
Parece que fue ayer cuando me
tomé un café con Madrid.
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