Y no sé si es la misma fuerza la que peina y despeina, la
que mece y estremece, la que acaricia y arranca, la que roza y asola, la que
toca y empuja, la que susurra y chirría. La que juega con nosotros como si
fuésemos marionetas, rozándonos primero con sensualidad para después terminar
por cortarnos los labios sin remordimientos, llenarnos de arena los ojos o
echarnos encima la marea, hasta que reine la noche. Algunos la llaman Dios.
Para mí es solo el viento.
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