En Portugal Febrero se escribe
con uve de viento. Abrigos pegados al cuerpo, legañas en los ojos, sopa en el
plato. Sabrina ha venido de visita y cuenta cosas. Oímos llover, hace ya rato. Dos años sin vernos. La
tarde me sabe a café y letargo, a pasados presentes con bizcocho de coco. Sabrina oye, sabe, sorbe, mira, asiente. Ojea todo por primera vez pero mira sin
ver, con los pies fríos. Parece que ha sufrido en su larga hibernación
francesa. Camina torpe por la calzada portuguesa como si anduviese por inercia.
Ni el mejor de los licores consigue calentarla y sus gestos se apagan hasta
parecer un cuerpo inerte. Hace tiempo que no dejó de pensar en un ojalá o en un
pronto. Hace tiempo que no sueña con los cálidos veranos en Italia. Ahora solo
sigue mecánicamente el dictado de una rutina escrita hace tiempo con caligrafía
adolescente. Tendré que llevarla a alguna tienda de regalos, de esas escondidas
en los callejones del puerto. A ver si se compra un paquete de naipes nuevo y
vuelve a jugar a la vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario