domingo, 12 de marzo de 2017

Oda al saludo entre el educado y el rudo

Ayer escuché un “bom dia” por la calle y me quedé paralizado viendo a dos aparentes desconocidos saludándose por el nombre. A lo mejor tenían amigos en común o habían sido novietes en el instituto, cuando las arrugas bailaban en las camisas y no en las caras. A lo mejor la madre de ella había sido la modista del barrio y el padre de él el cartero. A lo mejor el padre enfilaba las cartas de amor de su hijo en el buzón de la muchacha, jugando a crear historias de amor 1.0 de las que ya no quedan.

Ayer escuché un “bom dia” por la calle y me pregunté si ya no existían los buenos días menores de cuarenta y cinco. Si perdimos la educación junto con las Olimpiadas. Si ya no importa que fulanito de tal y menganita de cual compartan ciudad, barrio, supermercado, acera, portal y cartero. Si ahora ya solo calificamos a la gente por el Tinder cuando queremos calentar una cama fría y después, por la mañana, nos deshacemos del cadáver con un hasta pronto para volver a nuestro cómodo anonimato, sin remordimientos. Para volver a salir a la calle mirándonos los zapatos por miedo de encontrarnos al ligue de anoche. Va a ser que ahora hemos transportado nuestra vida social al móvil, como si quisiéramos expulsarla de nuestras entrañas y meterla en un baúl bajo llave. Una tontería si al final todo el mundo termina teniendo una copia. Más triste es eso, que tengan que darte los buenos días para saber que has comido pescado sola junto al río y que luego te has ido a comprar un vestido pero no te alcanzaba el dinero, de ahí lo de la foto en el probador con la etiqueta colgando.  A ver si va a ser que ya no sabemos mirarnos a la cara compartiendo una taza de café para contarnos quiénes somos de verdad y qué queremos de la vida. Para contarnos nuestros sueños y nuestros infiernos, sin más filtros en la sala que el de la cafetera.

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