Esta madrugada he cruzado la ciudad para acabar con
lo que fuimos. Con el corazón en la garganta me he dejado tragar por la
penumbra y me he perdido por las calles de los bares por las que solíamos salir
a beber y a bailar. Me he entretenido medio camino pateando una botella de
vidrio hasta mandarla de un
puntapié al fondo del río, allí donde ya no se distingue una cosa de la otra y
lo vivo nada junto a lo muerto.
Esta madrugada he querido hacer el ejercicio mental
de pulsar el botón de reset y dejar que la corriente arrastre tu
recuerdo. He vuelto al puente donde sellamos esta historia para buscar nuestro
acuerdo de acero entre todos los candados colgados de las vallas y así
liberarlo de su prisión. No ha sido nada fácil encontrar tu voz entre todos los
ecos de aquel cementerio de parejas, de aquel delirio de tequieros encadenados
y de promesas flotantes. He tenido que tocarlos uno por uno, desde los que
rozaban el suelo a los que me quedaban por encima del hombro, suspendidos de
aquella ridícula malla antisuicidio, mientras me preguntaba si en este mundo no
habría un suicidio mayor que el de caer enamorado.
Esta madrugada, con el frío cortándome los labios y
la angustia oprimiéndome el pecho, he cogido por el cuello a mi peor enemigo y
se lo he roto con unas tenazas. He desactivado mi bomba de amor y la he lanzado por
encima de la valla, lejos, tapándome los oídos como si fuese a estallar en
contacto con el agua. Y después me he arrodillado en el suelo llorando lágrimas
de cólera y de alivio. Porque, aunque parezca contradictorio, a veces en la
vida rabia y paz comparten escenario y se miran a los ojos, como cruzándose por
la calle, cuando la una llega y la otra se va. Es en ese momento de calma después
de la tempestad en donde conseguimos encontrar un ápice de verdad entre la
mentira, un barquito de esperanza que nos podría sacar a flote de la marea de
decadencia en la que estamos sumidos. Y es hoy cuando mi barquito ha decidido
zarpar desde el momento en que he conseguido soltar la pesada ancla que me
aferraba a ti y dejar que la corriente me aleje de tu puerto. Me he prometido
que el mundo es demasiado grande como para vivir sentada con las piernas
colgando del mismo puente, cuando este ya solo huele a viejo y al contacto con
el viento rechina. Quedarse ahí parada sería exponerme a que antes o después la
madera se quebrase conmigo encima. Y la carcoma no avisa.
Así que tras haber dedicado unos segundos a tomar
aire, incorporarme y limpiarme la cara con las mangas me he
puesto a correr, a alejarme de todo esto. Simplemente por la necesidad de huir
de la escena de nuestro crimen: del puente, del candado, del río. De nosotros.
Porque nosotros ya no significa tú más yo. En nosotros ya no cabes tú. Mira que
por mucho que estuviésemos naufragando a la deriva en medio del océano, ya no
me permitiría dejarte subir a mi tabla. Que mi vida se tambalea si tú te apoyas
en ella. Que yo quiero sobrevivirte y tener hijos y tener nietos y contarles lo
feliz que conseguí ser después de todo, cuando te perdí de vista y volví a ser yo misma. Cuando apareció alguien que me aceptó como
yo soy sin intentar cambiarme, sin esperar siempre de mí carta blanca por el
hecho de haberme dibujado desnuda una noche de borrachera y haber sentenciado
mi temprana adolescencia con un candado de bicicleta suspendido en un puente de
París y un beso que, de aquella, ni sabías darme.
Las mujeres tendemos a la visceralidad, a darlo todo por amor sin pensar en exceso...hasta que al fin la certidumbre de lo imposible nos hace tomar el rumbo adecuado y dejar un reguero de adioses vitales para seguir.
ResponderEliminarComo tu protagonista.
Un beso.