viernes, 3 de marzo de 2017

La delgada línea que separa el suspendido del suspenso

Esta madrugada he cruzado la ciudad para acabar con lo que fuimos. Con el corazón en la garganta me he dejado tragar por la penumbra y me he perdido por las calles de los bares por las que solíamos salir a beber y a bailar. Me he entretenido medio camino pateando una botella de vidrio hasta mandarla de un puntapié al fondo del río, allí donde ya no se distingue una cosa de la otra y lo vivo nada junto a lo muerto.

Esta madrugada he querido hacer el ejercicio mental de pulsar el botón de reset y dejar que la corriente arrastre tu recuerdo. He vuelto al puente donde sellamos esta historia para buscar nuestro acuerdo de acero entre todos los candados colgados de las vallas y así liberarlo de su prisión. No ha sido nada fácil encontrar tu voz entre todos los ecos de aquel cementerio de parejas, de aquel delirio de tequieros encadenados y de promesas flotantes. He tenido que tocarlos uno por uno, desde los que rozaban el suelo a los que me quedaban por encima del hombro, suspendidos de aquella ridícula malla antisuicidio, mientras me preguntaba si en este mundo no habría un suicidio mayor que el de caer enamorado.

Esta madrugada, con el frío cortándome los labios y la angustia oprimiéndome el pecho, he cogido por el cuello a mi peor enemigo y se lo he roto con unas tenazas. He desactivado mi bomba de amor y la he lanzado por encima de la valla, lejos, tapándome los oídos como si fuese a estallar en contacto con el agua. Y después me he arrodillado en el suelo llorando lágrimas de cólera y de alivio. Porque, aunque parezca contradictorio, a veces en la vida rabia y paz comparten escenario y se miran a los ojos, como cruzándose por la calle, cuando la una llega y la otra se va. Es en ese momento de calma después de la tempestad en donde conseguimos encontrar un ápice de verdad entre la mentira, un barquito de esperanza que nos podría sacar a flote de la marea de decadencia en la que estamos sumidos. Y es hoy cuando mi barquito ha decidido zarpar desde el momento en que he conseguido soltar la pesada ancla que me aferraba a ti y dejar que la corriente me aleje de tu puerto. Me he prometido que el mundo es demasiado grande como para vivir sentada con las piernas colgando del mismo puente, cuando este ya solo huele a viejo y al contacto con el viento rechina. Quedarse ahí parada sería exponerme a que antes o después la madera se quebrase conmigo encima. Y la carcoma no avisa.

Así que tras haber dedicado unos segundos a tomar aire, incorporarme y limpiarme la cara con las mangas me he puesto a correr, a alejarme de todo esto. Simplemente por la necesidad de huir de la escena de nuestro crimen: del puente, del candado, del río. De nosotros. Porque nosotros ya no significa tú más yo. En nosotros ya no cabes tú. Mira que por mucho que estuviésemos naufragando a la deriva en medio del océano, ya no me permitiría dejarte subir a mi tabla. Que mi vida se tambalea si tú te apoyas en ella. Que yo quiero sobrevivirte y tener hijos y tener nietos y contarles lo feliz que conseguí ser después de todo, cuando te perdí de vista y volví a ser yo misma. Cuando apareció alguien que me aceptó como yo soy sin intentar cambiarme, sin esperar siempre de mí carta blanca por el hecho de haberme dibujado desnuda una noche de borrachera y haber sentenciado mi temprana adolescencia con un candado de bicicleta suspendido en un puente de París y un beso que, de aquella, ni sabías darme. 

1 comentario:

  1. Las mujeres tendemos a la visceralidad, a darlo todo por amor sin pensar en exceso...hasta que al fin la certidumbre de lo imposible nos hace tomar el rumbo adecuado y dejar un reguero de adioses vitales para seguir.
    Como tu protagonista.
    Un beso.

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