El reloj del
baño marca las nostalgia en punto. Una ducha de recuerdos y un zumo de caras
conocidas me devuelven a Milán.
Parece que
nada ha cambiado, que Álvaro sigue igual de golfo, Almu igual de hiperactiva y
Carla igual de celíaca. Pero en verdad me encuentro al uno con novia, a la otra
con hijo y a la tercera igual de intolerante al glúten pero mucho más tolerante
a la vida. Milán ha madurado porque los sitios también evolucionan con su
gente. Los sitios también acumulan historias en sus retinas y de vez en cuando
son tantas que les escuecen los ojos y no tienen más remedio que lloverlas,
para limpiar el aire. Porque no somos los únicos que lloramos, purgamos y
olvidamos.
A las
nostalgia en punto he vuelto a encontrarme con el pasado en los muros en donde
lo dejé plasmado y esta vez he conseguido sostenerle la mirada con ojos de
presente. Me he perdido por las calles por el placer de volver a encontrarme.
He visitado fantasmas del pasado y les he quitado la sábana para que ya nunca
más me atormenten.
Y sobre todo
he disfrutado. He disfrutado del contraste, por fuerte que resulte. He
disfrutado de que la lluvia vaya limpiando nuestras vidas, nuestro paso por las
calles, porque es el proceso natural. Aunque tengo que ser sincero y reconocer
que me ha aliviado ver que aún quedan restos de mis pisadas y que Milán aún no
me ha borrado del todo. Porque yo todavía no he borrado Milán.
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