Pese a llevar consigo
la cruz de haber sido toda la vida un triste peón del destino, mostraba sin tapujos su mercancía como si
fuese una corona, bien alta, sintiéndose el rey entre tanto colgado. Cobijado
al otro lado de la diagonal en aquel barrio lleno de caras blancas y negras,
erigió sin pudor las torres de su imperio de droga. Se buscó una reina que
diese velocidad a su triste y lenta andadura. Vivió al filo de lo imposible,
olvidando que no es más listo el camello que el caballo.
Un día el destino lo
puso en jaque. Sintiéndose en peligro, abandonó sus torres, vio alejarse a sus
amigos y perdió incluso a su reina. Hasta que se quedó solo, víctima de aquel
peligroso juego, cara a cara con ese caballo blanco de pelaje sedoso pero trote
rudo. Luchó a contrarreloj como pudo pero, lamentablemente, no tuvo
escapatoria, porque aquel laberinto de mil entradas le dibujó solo una salida: el rey de la heroína no pudo soportar la última embestida, la más fuerte de todas. Y, sin ningún pudor,
el caballo lo mató.
No hay comentarios:
Publicar un comentario